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¿Cómo crear una familia asesina? 4 clanes de secuestradores, carniceros y psicópatas
Familias siniestras en el cine- collage

'El clan', 'Stoker' y 'Zona de interés'.

Foto:

Archivo. EL TIEMPO / Fox / Diamond Films

¿Cómo crear una familia asesina? 4 clanes de secuestradores, carniceros y psicópatas

'El clan', 'Stoker' y 'Zona de interés'.

Su rastro está en la vida real, pero el cine los hizo inmortales.

En el cine, hay varias clases de familias siniestras, por ejemplo, una de millonarios, que vive en la Argentina y que, para mantener su posición en la pirámide social, secuestra y asesina a empresarios; hay otra integrada por unos desadaptados, asesinos y caníbales, que atacan a los desprevenidos que se cruzan en su camino; otra de un matrimonio alemán de muy buena reputación, que decide darles la vida de ensueño a sus pequeños en una mansión a pocos metros de los campos de concentración de Auschwitz, o una en la que el incesto, la manipulación, las mentiras y los asesinatos son el combustible de una macabra relación entre un tío y su sobrina, ¡qué bonitas familias!

Todas resultan perturbadoras y la mayoría, para aumentar la desazón, llegó a la pantalla grande basada en personas reales. El clan, La masacre de Texas, Zona de interés y Lazos perversos, por mencionar unas pocas, recrean los actos de violencia, sometimiento y horror de sus protagonistas y, de paso, dejaron traumatizada a su audiencia por lo explícito de sus escenas o por lo profundamente insano de sus argumentos.

Aquí está un puñado de familias siniestras que le ha revuelto el estómago a más de uno. Y, por supuesto, recemos para no tener que compartir mesa con ninguno de sus miembros.

Los Puccio (El clan, 2015)

Película argentina 'El clan', de Pablo Trapero.

Foto:

Fox / Archivo EL TIEMPO

Arquímedes Puccio encabeza la mesa junto a sus hijos y su esposa. Comparten una cena abundante, servida en una vajilla lujosa. Pero Alejandro no prueba bocado. Se respira la tensión. El padre observa al hijo mayor de la prestante familia del barrio San Isidro, en Buenos Aires, que es la estrella de la selección argentina de rugby. El chico ama genuinamente el deporte, pero su padre lo ha usado como una cortina de humo de sus actividades ilegales (los Puccio son la familia de la estrella del deporte, no un combo de hampones). Al tiempo, la posición de su hijo le permite codearse con gente de la alta sociedad, donde detecta a sus posibles víctimas.

Alejandro no come porque uno de sus amigos y compañero de equipo, Ricardo Manoukian, acaba de ser asesinado por su padre y un par de cómplices en un descampado en las afueras de la capital argentina. Y fue Alejandro quien le tendió una trampa para que cayera secuestrado. El asesinado tenía 23 años y permaneció 11 días amordazado y amarrado entre una bañera, en el piso alto de la casa de los Puccio. Nadie en el lujoso barrio detectó una actividad extraña. O no quiso verla.

En la casa, en mayor o menor escala, desde el siniestro patriarca y cabeza de la banda criminal, hasta su hijita de 10 años, participaron en el secuestro extorsivo no solo de Ricardo, sino de tres empresarios más. Solo uno sobrevivió para revelar el horror (una mujer propietaria de unas funerarias). Pero los Puccio salían de viaje y celebraban fiestas como si nada ocurriera.

Hasta aquí vamos en un estupendo thriller con unas actuaciones espectaculares; pero el horror se vuelve náusea al confirmar que los Puccio existieron y que entre 1982 y 1985 escribieron estas páginas de dolor y muerte en Argentina. El director Pablo Trapero llevó al cine en 2015 –con un soberbio Guillermo Francella como protagonista- uno de los episodios más macabros de la historia de su país y dejó al descubierto el lado más cruel y ambicioso del ser humano. Arquímedes Puccio presionó –casi que obligó- a su familia para formar parte de este ciclo de horror con el único fin de mantener un estilo de vida adinerado, mientras la impunidad reinante en la transición entre la dictadura y la democracia les permitía cometer sus crímenes.
El final: el dolor de varias familias que perdieron a sus seres amados (además de unas cuantiosas sumas de dinero) y el peso de la ley y del odio generalizado para un ser detestable como Arquimedes Puccio. A larga, sus hijos y su mujer, aunque culpables, fueron también sus víctimas.

Los Sawyer (La masacre de Texas, 1974)

La familia Sawyer de la película 'La masacre de Texas'

Foto:

Archivo. EL TIEMPO

Uno de los miembros de esta familia se ha hecho muy famoso: Leatherface, el más joven y robusto, pero también el más vulnerable. Nunca vemos su rostro, del que después sabemos es una masa deforme que cubre con una máscara hecha con la piel de sus víctimas. Tiene una discapacidad mental y vive bajo las órdenes de sus hermanos Drayton, Nubbins y Chop-Top (Robert), y sus abuelos, que transforman cuerpos humanos en platos de barbacoa, que venden en un pueblo cercano, y la piel y huesos, en muebles.

Aunque la familia Sawyer es fruto de la mente retorcida del director y guionista Tobe Hooper, la semilla de la historia son los relatos de dos asesinos seriales que impactaron a Estados Unidos años antes del estreno en 1974 de The Texas Chainsaw Massacre (literalmente, La masacre de la motosierra de Texas o La masacre de Texas como se le conoce).

El icónico y célebre Leatherface les da un sangriento festín a los amantes del gore y del slasher, ese subgénero del terror en el que un psicópata asesina cruelmente a adolescentes y jóvenes con una variedad asombrosa de herramientas como cuchillos, martillos, pinzas para colgar carne y, como no, motosierras.

El asesino serial Ed Gein.

Foto:

Archivo. EL TIEMPO

Los asesinatos reales cometidos por Ed Gain y Elmer Wayne Henley que, junto a otros dos psicópatas, participó en la desaparición, tortura y asesinato de una treintena de niños en Houston, atormentaron por años a Hooper y se convirtieron en el insumo de la película que lo haría famoso. En el caso de Gain, conocido como el carnicero de Plainfield (Wisconsin), pasó a la historia no solamente por asesinar con crueldad a sus víctimas, sino por ‘decorar’ su casa con objetos elaborados con partes de cuerpos humanos. Su horrible historia sirvió para construir personajes icónicos del cine como Norman Bates (Psicosis), Buffalo Bill (El silencio de los inocentes) y, claro, al terrible Leatherface.

Cuando La masacre de Texas se estrenó en los cines venía con el eslogan de estar “basada en hechos reales”. Fue un excelente gancho de marketing, pero también un revés en cuanto a la clasificación de edad para el público en las salas (fue clasificada para mayores de edad). La trama se centra en dos hermanos y sus amigos que viajan a Texas para indagar la supuesta profanación de la tumba de uno de sus familiares. En el trayecto son atacados por los caníbales. Años más tarde, Tobe Hooper explicó que si bien tomó elementos de la realidad para armar a la deleznable familia Sawyer, todo era una ficción.

¿Cuántos muertos ha acumulado Leatherface? Difícil de establecer. Lo fácil es contar todo el dinero que la película ha generado desde 1974 y la puerta que abrió: gracias a un remake, cinco secuelas y dos precuelas se ha convertido en una de las sagas clásicas de terror más rentables de la historia del cine junto a Halloween.

Los Höss (Zona de interés, 2023)

'Zona de interés', de Jonathan Glazer.

Foto:

Diamond Films

“Sembremos coles aquí que a los niños les fascinan… y tulipanes allá para la primavera”. Hedwig Höss instruye a su servidumbre sobre el jardín de la hermosa villa donde vive con su esposo y sus hijos. La casa, elegante y lujosa, brilla en medio de unas paredes blancas, de gran altura, que la dividen de un lugar sombrío, que siempre se ve opacado por una densa capa de humo. A veces se escuchan gritos desgarradores que se confunden con los de los niños Höss que juegan en su piscina, y el silbato de un tren que llega cada semana al misterioso lugar. No hay preguntas. Quien comanda la casa –tal como el campo de concentración que la circunda- es Rudolf Höss, padre amoroso, esposo ejemplar, militar nazi y asesino sin piedad, responsable de casi un millón de muertes ocurridas en Auschwitz.

Nada más real que el Holocausto y sus terribles consecuencias. Un tema que ha sido llevado al cine en cientos de películas, casi siempre del lado de las víctimas, pero que en Zona de interés, la película sorpresa en esta temporada de premios, se pone del otro lado de la cerca (literalmente) para mostrarnos la frialdad de una familia alemana que hace honor al refrán: no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Como si fuera un reality, el director Jonathan Glazer nos muestra, con un nivel de inmersión y detalle que aturde, el día a día de un clan familiar entregado a la más terrorífica de las normalidades. “Quería captar el contraste entre alguien sirviéndose una taza de café en su cocina con alguien siendo asesinado al otro lado de la pared, la coexistencia de esos dos extremos”, comentó en una entrevista.

Zona de interés logra incomodar al espectador al punto de hacerlo sentir sucio y cómplice del genocidio, hundiéndolo en una pesadilla de casi dos horas en la que saborea la banalidad del mal, una teoría que cobró fuerza en los 60 y que inspiró el proceder de Höss, catalogado como un psicópata.

Los Stoker (Lazos perversos, 2013)

'Stoker: Lazos perversos', de Park Chan-wook,

Foto:

Fox / Archivo EL TIEMPO

El director de esta película, el coreano Park Chan-wook, se ha hecho un nombre como uno de los cineastas detrás de historias cargadas de violencia y perturbación. Los giros en las tramas de sus películas no dejan a nadie indiferente. Su trilogía de la venganza –integrada por Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Lady Vengeance (2005)- es, tal vez, de lo más venerado de su filmografía. Sin embargo, en 2013 estrenó una cinta que daban ganas de vomitar.

¿Es posible que la maldad esté oculta dentro de un ser y por algo, o alguien, aflore? Según Park Chan-wook y el guionista Wentworth Miller, sí. En Lazos perversos, conocemos a los Stoker, una familia disfuncional integrada por el padre que recién ha fallecido, una madre inerte (Nicole Kidman), un enigmático y retorcido tío (Matthew Goode) e India, una adolescente en pleno proceso de autodescubrimiento que vibra y conecta su sexualidad con la muerte… o con matar.

El asunto se puede poner filosófico si nos adentramos en los terrenos del Eros y el Thánatos con los que Freud definió los instintos básicos del ser humano: las pulsiones positivas en la vida y los actos autodestructivos que llevan a la muerte. Y tiene todo que ver porque es justo lo que India (una monumental y entonces debutante Mia Wasikowska) experimenta: una diabólica dualidad en la que su inocencia se desvanece en pro de un morbo asesino. Todo, enmarcado en una espléndida y enfermiza puesta en escena de difícil digestión para el público general –algo muy característico de este director-.

Park Chan-wook debutó en el cine en inglés con Lazos perversos, según él, “un cuento de hadas gótico”. Aquí, a diferencia de La masacre de Texas, no hay asesinatos chapuceros y en los que ruedan tripas y sangre por doquier. En el filme del coreano la insinuación es parte fundamental de su relato y la acción transcurre entre matorrales salpicados de sangre y cuerpos delicadamente arrastrados por los tobillos. Su estilo menos evidente puede alcanzar niveles insospechados de repulsión en la audiencia. No se sabe si los Stoker son solo producto de las mentes retorcidas de los creadores del filme… pero para nuestro horror es posible que haya varias India Stoker en la calle a punto de florecer.

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SOFÍA GÓMEZ G.
REDACCIÓN CULTURA 
EL TIEMPO
@CulturaET

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