La semana pasada, algunos rumores salieron a la luz sobre una posible amenaza a la seguridad nacional, a raíz de una información del Congreso de Estados Unidos en la que se menciona el desarrollo de una nueva arma rusa para destruir satélites.
Por una parte, un arma de tales características violaría el Tratado del Espacio Ultraterrestre de 1967, que prohíbe la colocación de armas nucleares o cualquier otro tipo de arma destructiva en órbita alrededor de la Tierra. Rusia es parte de estos acuerdos, aunque no sería la primera vez que no cumple los compromisos de control de armas nucleares.
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Al igual que Rusia, Estados Unidos también ha realizado pruebas de detonación nuclear a gran altitud. En 1962, en plena carrera espacial, la prueba denominada Starfish puso una ojiva termonuclear en un misil y la detonó a 400 kilómetros sobre la superficie terrestre, generando un pulso electromagnético que se propagó y tuvo efectos sobre satélites en órbita, aviones y equipos electrónicos en tierra. Al año siguiente, Estados Unidos y la antigua Unión Soviética suscribieron un tratado que prohibía las pruebas nucleares, marcando así el fin de nuevas pruebas de armamento nuclear en el espacio, al menos por un tiempo.
Sin embargo, algunos años antes de Starfish, las armas antisatélite, o Asat, ya eran una realidad. Tras el lanzamiento del primer satélite artificial, ocurrido en 1957, se desarrollaron misiles con el propósito de destruir satélites.
El misil Bold Orion fue un prototipo de misil balístico norteamericano lanzado desde el aire que se usó en pruebas tempranas de Asat. La configuración inicial usaba un cohete de una etapa de combustible sólido, que posteriormente se modificó para convertirse en un vehículo de dos etapas. El primer vuelo de prueba del Bold Orion se realizó el 26 de mayo de 1958, desde un avión portador Boeing B-47, tras el cual se completaron 12 vuelos, y luego otros cuatro más con la versión modificada, que tenía un alcance de 1.600 kilómetros.
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Sería el último de estos lanzamientos en octubre de 1959, la prueba para interceptar un satélite, el Explorer 6, a una altitud de 250 kilómetros. Era la primera vez en la historia que se demostraba que los misiles antisatélite eran factibles. A lo largo de las décadas siguientes, países como Estados Unidos, Rusia, China e India continuaron desarrollando y probando Asat. Algunas de las últimas destrucciones de satélites incluyen las conseguidas por China en el 2007, cuando destruyó un viejo satélite climático, y la de Estados Unidos en el 2008 de un satélite de reconocimiento que presentaba fallos.
Más recientemente, Rusia ha creado un satélite tipo matrioshka, que se despliega para liberar un satélite más pequeño. Este último, a su vez, se abre para liberar un proyectil capaz de neutralizar satélites cercanos. En 2019, se detectó la presencia de uno de estos satélites rusos en las proximidades de un satélite estadounidense.
Más de medio siglo después del Bold Orion, el desarrollo de nuevas Asat, como la supuestamente desarrollada ahora por Rusia, sería alarmante y causaría un impacto crítico en el panorama geoestratégico, teniendo en cuenta el papel de los satélites en muchos aspectos de nuestra vida diaria, y una economía espacial que mueve más de 500.000 millones de dólares.
Las tensiones bélicas actuales, como la guerra de Ucrania, son el escenario propicio para el florecimiento de planes que permitan un control sobre la información satelital y las comunicaciones. Los avances en el uso del espacio y nuestra dependencia cada vez mayor de los desarrollos asociados requieren responsabilidades más serias por parte de los gobiernos para pensar en el futuro de la humanidad.
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SANTIAGO VARGAS
Ph. D. en Astrofísica
Observatorio Astronómico de la Universidad Nacional
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