Recientemente volví a ver una de mis películas preferidas de todos los tiempos, Sueño de fuga (Shawshank Redemption). Basado en la novela de Stephen King, este filme narra de una manera increíble la durísima pero inspiradora historia de un hombre recluido injustamente en una prisión, durante 20 largos años. Allí le pasan cosas atroces y, sin embargo, en ese lugar encuentra el verdadero significado de la amistad, el valor y la esperanza.
En esta majestuosa cinta abundan frases que quedan impregnadas en la mente y en el alma. Para mí, la más significativa es cuando el personaje protagonista, Andy Dufresne, el día antes de fugarse, le dice a su entrañable amigo: “De la manera como lo veo yo, solo hay dos opciones: te ocupas viviendo o te ocupas muriendo”.
Aunque la mayoría no estamos recluidos en una cárcel de alta seguridad ni decidiendo entre fugarnos o quedarnos pagando una cadena perpetua, esta filosofía sí aplica a todos. Muchos no estamos físicamente encerrados, pero vivimos como reclusos. Sobrevivimos los días, pero no los disfrutamos plenamente.
Nos despertamos, renegamos de la ciudad, del tráfico, de la falta de dinero o de oportunidades, trabajamos, nos anestesiamos frente a la televisión, nos acostamos a dormir y al día siguiente vuelve y juega. Día tras día hacemos lo mismo sin pena ni gloria.
No hay paredes de concreto ni rejas de púas que nos contengan, pero sí estamos detenidos y restringidos por sentimientos y pensamientos que son igual o peores que cualquier elemento físico. Nos atrapan el miedo al fracaso, la culpa, la victimización, la ausencia de amor propio, las excusas mediocres y la falta de esperanza. Muchos somos como el mejor amigo de Andy, Red.
Después de 40 años de estar encarcelado, dice frases tan tristes como: “La esperanza es peligrosa. Puede hacerte enloquecer”. Él no solo está privado de su libertad física, sino de la espiritual y mental. Siente tanto pánico cuando logra concebir la libertad como una opción que no se permite contemplarla. No confía en que él tenga las herramientas para manejarla ni, mucho menos, gozarla.
¿Cuántos preferimos permanecer ‘encarcelados’ en nuestras mentes, hábitos y rutinas y, al mismo tiempo, seguir culpando a otros o a las circunstancias, en vez de actuar y trabajar por nuestra ‘libertad’?
Elegimos no ilusionarnos, ni fijarnos metas ni sueños, llevados por el miedo a enfrentar una desilusión. Tantas veces preferimos encarcelarnos en una vida de terror conocida, en lugar de ilusionarnos con una vida maravillosa desconocida. Abramos las puertas de las celdas de nuestra mente.
No nos autolimitemos poniéndonos rejas imaginarias. No permitamos que las tristezas, durezas y miedos maten nuestra capacidad de soñar y anhelar un futuro mejor. La realidad es que vamos a morir, pero solo depende de nosotros decidir cómo vivir.
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