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Claudia Hakim, la directora saliente del MAMBO, cuenta su historia en BOCAS
Claudia Hakim en BOCAS

La artista bogotana Claudia Hakim ha sido una impactante gestora cultural del país

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Juan Pablo Gutiérrez

Claudia Hakim, la directora saliente del MAMBO, cuenta su historia en BOCAS

La artista bogotana Claudia Hakim ha sido una impactante gestora cultural del país

Esta es la historia de una de las grandes gestoras culturales del país.

Claudia Hakim es una mujer descomplicada. Amable, entradora, casi siempre sonriente, es de bajo perfil e incansable trabajadora. Siempre anda a mil por hora. Como directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá –desde finales del 2015 y oficialmente desde marzo del 2016–, ha logrado que esta institución entre en el ritmo del siglo XXI.

La edición #134 de la Revista BOCAS circula desde el domingo 26 de noviembre en los principales supermercados del país.

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Ricardo Pinzón

En diciembre dejará el cargo después de ocho años de trabajo. En ese cargo sucedió a Gloria Zea, quien a su vez había tomado el relevo de Marta Traba, fundadora de esta institución que abrió sus puertas en 1963 y que en este año ha celebrado su cumpleaños 60.

Al frente del MAMBO, Claudia impulsó importantes retrospectivas como la de Miguel Ángel Rojas, Luz Lizarazo y Álvaro Barrios; la muestra colectiva ‘Un placer incierto’, de artistas conceptuales; y las exposiciones ‘Hay que saberse infinito’, de María José Arjona; ‘Ríos y silencios’, de Juan Manuel Echavarría, y ‘Performer’, de Rosemberg Sandoval, entre otras. También llevó al Museo, como curador de cabecera, al peso pesado del arte mundial Eugenio Viola, crítico de arte y curador italiano, responsable de la curaduría del Pabellón de Italia en la 59ª Exposición Internacional de Arte de La Biennale di Venezia.

De la misma manera, Claudia creó hace 13 años la fundación-galería NC-Arte, con la que ha apoyado a un amplio número de artistas locales, así como trajo nombres internacionales de la talla del estadounidense Fred Sandback, el argentino Jorge Macchi y el coreano Do Ho Suh.

De origen libanés por padre y madre y también casada con un descendiente de libaneses, ella nació y se crio entre médicos. Es hija del médico Alejandro Hakim Dawn y de Nohora Tawil, y sobrina de Salomón Hakim, un destacadísimo médico colombiano. La mayoría de sus hermanos y primos también son médicos, así que para ella decidirse a estudiar Diseño Textil fue todo un reto. Como no quería seguir esa profesión, pero quería mantenerse en la onda familiar, llegó a pensar en estudiar instrumentación para apoyar a cualquiera de sus hermanos o primos médicos durante alguna cirugía. Estudió en el colegio de las Benedictinas (última promoción graduada bajo ese nombre, ya que pasó a llamarse Colegio Santa María) y cuando se graduó se decidió por el diseño textil. Casada con el empresario y filántropo Nayib Neme, es madre de cinco hijos (a los que considera la felicidad) y en enero del año entrante nacerá su sexto nieto.

Estudió Diseño Textil y luego un curso de escultura y cerámica en Oxford.

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Juan Pablo Gutiérrez

Usted viene de una familia de médicos. ¿Dónde nació su interés por el arte?

Mi mamá vivió y estudió en Nueva York. Regresó y se casó muy joven. Siempre le gustó también el arte. Mi mamá pintaba, se metía en cursos de manualidades. Siempre la vi trabajando en ese tipo de cosas y a mí me encantaba. En el colegio también me lo inculcan. Arte era una clase que me encantaba. Entonces estaba en esa balanza: medicina, arte, medicina, arte...

¿Qué estudió al graduarse del colegio?

Entré a Diseño Textil en la Universidad de los Andes. Era una carrera intermedia, de dos años y medio. Aprendí el telar creativo, el telar vertical, el telar horizontal y la parte del telar industrial que lo dictaba Moisés Mermelstein, un profesor que todavía admiro. Era mi profesor de diseño del tejido, de la confección, de la construcción de la tela. Eso me apasionaba. Para aprender de esa parte industrial, yo iba a Cali a una fábrica que se llamaba Textiles El Cedro, que ya se acabó. Era muy famosa.

¿Cuándo comenzó a exponer?

Cuando María Teresa Guerrero entró a los Andes yo todavía estudiaba. Me hizo una exposición en el Centro Colombo Americano. Francisco Gil Tovar escribió un artículo que para mí fue fundamental. En él me decía que continuara con mi trabajo.

¿Entonces se dedicó por completo al arte?

No tanto, porque recién me gradué me fui a trabajar a tejidos Santana. Me tocaba ir a Zipaquirá manejando y volver. Yo tenía que demostrarle a mi papá que lo que había estudiado era tan importante para mí, como si hubiera estudiado medicina.

Creó la fundación-galería NC-Arte, con la que ha apoyado a un amplio número de artistas locales e internacionales.

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Juan Pablo Gutiérrez

¿Cuál era su trabajo en Santana?

Yo era la directora del departamento de Estampación y Diseño. Era la única mujer en un grupo de hombres. Para mí fue difícil. Había accidentes, no era fácil el manejo del personal y yo tenía 19 años. Estando yo allá, me ofrecieron un trabajo en Pérez Hermanos.

¿Siguió con los estampados?

Sí. Hacíamos estampación de telas. Era en un sitio espectacular. Eran coleccionistas y había obras de arte por todos lados. El pago no me alcanzaba ni para la gasolina, pero por lo menos vivía rodeada de vegetación, unos escritorios maravillosos, un arte maravilloso, y así también aprendí a apreciar el arte.

¿Algún hecho concreto la hizo regresar al arte?

Me casé en 1980 y volví a la universidad. La Universidad de los Andes abrió una serie de materias que eran tejeduría, estampación más industrial.

¿Qué otros estudios hizo?

Entre 1995 y 1996 me fui a vivir a Oxford, en Inglaterra, con mis cinco hijos. Fue un año sabático en el cual estudié escultura, cerámica, computadores e historia del arte. Mi esposo iba esporádicamente allá. Yo me quería quedar más, pero él me devolvió. Me dijo: “si se queda un año más usted no regresa”.

¿Al regresar qué hizo?

Yo tenía ganas de seguir haciendo escultura. En el apartamento de Patricia Tavera hacíamos escultura con el profesor Amadeo Rincón. A Patricia le tocó irse del país porque amenazaron a Plinio Apuleyo Mendoza, su esposo, y nos fuimos a un taller en la avenida de las Américas con carrera 50, donde todavía estamos. Nos fuimos cinco, ahora sólo quedamos dos. Yo no puedo parar de hacerlo. A mí el textil me vibra. Yo  puedo mirar desde lejos que si es algodón, si es poliéster, si es lana, porque a mí me encanta la textil.

Usted ha trabajado mucho en metal. ¿Cómo llegó a ese material?

Yo peleaba mucho con la fibra porque se apelmazaba, se decoloraba. Fue cuando arranqué a trabajar el metal. Empecé a hacer mis grandes tapices a base de metal. Andaba metida en una empresa que produce partes de carros y de allí salía una chatarra. Argollas, serpentinas, amortiguadores, frenos. Íbamos a fábricas que producían puentes. Eso eran montañas de óxido, de metal. Yo escribí unas poesías sobre esas montañas de metal. Nos metíamos como recicladoras y cada una escogía un material diferente.

¿Usted con cuáles se quedaba?

Yo escogía piezas que pudiera ensamblar. Piezas con huecos, y empecé a armar módulos. Mi obra es muy geométrica y muy modular. Yo no compro una pieza. Compro dos en adelante. Y si trabajo con tuercas y tornillos, compro miles de tuercas y tornillos. El tejido es una secuencia de puntadas que se repiten y se repiten. Eso a mí se me quedó y eso es lo que sigo haciendo en mis textiles metálicos.

¿Cómo llegó usted a la gestión cultural?

Nosotras hacíamos piezas muy grandes. Exponíamos en el espacio público porque ninguna galería nos aceptaba. Éramos las cinco callejeras, como una vez nos llamó Hernán Díaz. Expusimos en las calles, expusimos en parques, y entonces pensamos en crear un espacio, que hoy es NC-Arte. Entonces sólo era una fachada que se iba a caer, sostenida por unos palos. Atrás había pasto. Mi esposo compró el terreno y comenzó a construirlo sin que yo supiera, para darme un espacio donde yo pudiera exponer.

Desde el 2015, ha sido la directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, que rescató y relanzó con estrategias creativas y poco convencionales.

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Juan Pablo Gutiérrez

¿Eso cambió su vida?

Cuando yo recibí ese espacio no podía creer lo que estaba viendo y me dije: “esto no es para mí de ninguna manera”. Yo me pegué a la Fundación Neme, que desde hace 30 o 40 años da becas de estudio, y abrimos una ramificación como fundación de arte. Conseguí quién se encargara de la parte administrativa. Empecé a trabajar con Guillermo Ovalle, un artista que vivió como 30 años en Nueva York. Llegó acá para visitar a su mamá. Yo hablé con él y se quedó unos cinco, ocho meses, una cosa así, después se fue y nunca volvió. Entonces quedé a cargo de NC.

¿Eso afectó su producción artística?

Sí. Mi producción artística volvió otra vez a trancarse. Durante cinco años hice toda la producción de NC-Arte. Yo viajaba, iba a ferias, conocía a los artistas.

¿Qué tenía de especial la galería?

El artista tenía que intervenir el espacio. Queríamos hacer algo diferente, que no fueran unas obras que se montaban. La idea era que intervinieran el espacio arquitectónico. Invitábamos al artista con varios meses de anticipación. Él miraba el espacio, si le interesaba nos hacía una propuesta y la fundación me apoyaba para que el artista hiciera la intervención.

¿Usted seguía exponiendo?

Sí, hice exposiciones. Una que recuerdo mucho fue ‘Arte de armarte’, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Ensamblé más de 8.000 resortes de motocicleta que llegaron con un defecto y no se podían usar. Era como un arrecife de coral donde la gente podía meterse. Los resortes se movían, producían sonidos. La gente intervenía, la gente tocaba.

Claudia Hakim, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá.

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Claudia Rubio. EL TIEMPO

¿Cómo llegó al MAMBO?

Cuando estaba en NC, yo invitaba a Gloria Zea a visitar la exposición el día de la inauguración. Ella veía la gran cantidad de gente que iba siempre y me decía: “Claudita, ¿tú cómo haces?, dame la base de datos. Yo necesito que la gente venga al museo”. Un día Gloria me invitó a la casa de Belisario Betancur y me advirtió que no era para pedirme plata. Allá me mostró su carta de renuncia al Museo y me dijo que quería que yo fuera la directora. Lógicamente yo tenía mi proyecto de NC. Estaba feliz, nos estaba yendo muy bien. Le dije: “déjame pensarlo”, y en esas duré como ocho días. Entonces yo dije: “Bueno, voy a tomar ese reto”, un reto para mí muy grande porque yo no manejo la parte administrativa. Lo manejo todo con sexto sentido.

¿Por qué aceptó?

Tengo buena relación con muchos artistas. Pensé que yo podía ayudar a acercar un poco más a la gente que se había distanciado del Museo.

¿Asumió de manera inmediata?

Gloria me dijo que no le dijera a nadie hasta marzo siguiente, porque estaba haciendo la exposición ‘Atopía’ con su nieta Andrea Wild.

¿Cómo fue sentarse en el trono de Marta Traba y Gloria Zea?

Fue un golpe muy duro. ¿Qué hago acá? No sabía ni por dónde empezar. El museo estaba triste, muy apagado. La infraestructura, los muebles, las adecuaciones, todo se veía caído. No había dónde tomarse ni un café.

¿Cómo arrancó su gestión?

Empezamos a hacer unos cambios de personal, a organizarnos con gente joven que se acercaba a decirme: “quiero trabajar con usted”. Remodelamos la sala Marta Traba.

Claudia Hakim y Nayib Neme.

Foto:

Claudia Rubio / EL TIEMPO

Tengo entendido que el Museo no sólo estaba triste sino también con problemas económicos.

Cuando yo lo recibí me lo advirtieron. El Museo tenía deudas con seis bancos. Pero sucedía algo importante. Los trabajadores querían y quieren el Museo. Hay gente que tiene 38, 40 años trabajando. Jaime Pulido lleva 52 años. Pero era una institución que se había olvidado. El mundo del arte había peleado un poco con el Museo y la gente no quería volver.

¿Cómo enfrentó ese problema?

Me fui al primer banco y les dije: “¿Por qué no me ayudan de alguna manera a condonarla o me bajan los intereses? Yo tengo las manos atadas y no sé cómo arrancar, ¿por qué no se unen al Museo y lo sacamos adelante juntos?”. Entonces me dijeron: “mi nombre no va a estar pegado al de un Museo abandonado y quebrado”. Yo dije “tienen razón”.

¿Entonces qué hizo?

Reuní a un grupo de artistas en un desayuno de trabajo y les pedí que me donaran una obra para que los bancos la recibieran como parte de pago. Muchos fueron muy generosos. Pero los bancos no recibían cualquier cuadro. Hacían sus estudios, su curaduría, y hasta que no les gustaran los artistas y las piezas no me las recibían. Así logré sacar unas deudas muy grandes.

¿Pudo resolver ese entuerto?

El Museo en este momento no tiene deudas con los bancos. Estamos al día.

¿Cómo ha sido el apoyo del Estado?

Es increíble que un Museo de 60 años tenga que hacer aplicaciones al Distrito y al Ministerio para ganarse una plata que no le alcanza ni para una exposición. A mí me parece muy triste que los gobiernos no le den una anualidad. Que cuente con una plata anual para hacer sus proyectos, que tenga que presentarse por convocatorias. Uno dice que una exposición vale mil millones y le dan 200. Entonces acomódese a 200 millones. Pero eso sí, piden que uno haga un gran programa de contenido y educación. Eso es un desgaste muy grande. Yo espero que con la celebración de los 60 años salga alguna ley para que al Museo le puedan dar una plata anual y sepa con qué contar.

Eric Halliday y Claudia Hakim.

Foto:

Néstor Gómez / EL TIEMPO

Ahora que lo pienso, a usted también le tocó lidiar con la construcción del Parque Bicentenario.

Cuando yo llegué al Museo, el Parque Bicentenario no se había terminado de hacer. Nos estaban enterrando el auditorio. Yo duré casi un año en reuniones con el IDU y con la Alcaldía. Íbamos y veníamos, pedía el favor de que entendieran que estaban enterrando un bien de interés cultural del país, de la ciudad. A nadie le importó que al Museo de Arte Moderno lo enterraran. Le pasaron una cortina de concreto y cerraron la entrada de la calle 26. El primer piso quedó totalmente aislado, sin aire ni ventilación, oscuro, totalmente abandonado.

¿De alguna manera lograron recuperarlo?

Hace un año lo recuperamos con CoCrea. Lógicamente nos tocó conseguir absolutamente toda la plata. Recuperamos el piso menos uno y recuperamos el auditorio con la ayuda de Cine Colombia. Volvimos a abrir las ventanas que estaban cerradas. El acceso al Museo quedó por donde estaba desde el 2017. Recuperamos las salas de educación e hicimos una sala grande de restauración. Hicimos un comedor para los empleados del Museo, que antes almorzaban sobre guacales en el depósito. Hicimos baños aptos para personas de movilidad reducida. El ascensor también lo recuperamos.

Recuerdo que un día caminaba por el Parque de la Independencia y me pegué un susto porque una pancarta decía que estaban arrendando el edificio. Esa fue una campaña muy impactante. ¿Cómo se les ocurrió?

En el 2018, el Museo todavía patinaba, nos faltaba. Debíamos hacer algo bien disruptivo y nos unimos con una agencia de publicidad. Ellos me dijeron: “Claudia, si usted se arriesga, nosotros le sacamos algo bien arriesgado”. Hicimos esa campaña de ‘Se arrienda’. Ellos consiguieron unas personas que pusieron una pancarta del tamaño de la fachada del Museo y el lunes en la mañana apareció esa pancarta de ‘Se arrienda’. Eso fue una locura. Primera página en los diarios, tendencia en las redes, en los memes la gente que decía que lo arrendaban para un gimnasio, para una discoteca.

¿Hubo alguna reacción del Gobierno, del Distrito?

Mariana Garcés era la ministra de Cultura y Enrique Peñalosa de alcalde. Ellos me llamaban y me llamaban y yo estaba escondida porque la idea era generar esa expectativa. Conseguimos una persona de una inmobiliaria que respondía el teléfono y decía: “Sí, se arrienda, tiene 5.000 metros cuadrados, pero está lleno de humedades, no tiene baños, la seguridad se debe…” Al otro día yo aparecí. Hicimos una rueda de prensa y la idea era decir por qué se arrienda el Museo. Era una invitación para que cada persona arrendara una parte del Museo: ‘Sea parte del Museo, únase a la red del Museo’. Esto no generó ni un peso. Solamente un señor que tenía mantos nos los regaló y así impermeabilizamos las humedades del techo.

¿Hubo algún tipo de reacción más allá del golpe de opinión?

Fue increíble ver en redes que los jóvenes decían: “no puede ser que nos gastemos 50.000 pesos en una rumba y no le demos nada al Museo”. Lo que yo digo: nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. La gente reaccionó y el Museo comenzó a ser visitado de nuevo. Esa fue una campaña que le tocó el corazón a la gente.

También ha habido cambios en la parte curatorial que se han sentido.

Había que renovar la parte curatorial. Pero no se trataba de hacerlo a dedo, sino a través una convocatoria pública a nivel nacional con unos parámetros, y se hizo una convocatoria internacional en la que participaron 47 candidatos que cumplían los requisitos. Al final quedaron un curador colombiano joven y Eugenio Viola. Yo escogí a Eugenio y no me equivoqué.

¿Cómo ha sido trabajar con él?

Hicimos muy buena química desde el comienzo. Entendió perfectamente el Museo y su papel como curador. Es muy cercano a los artistas, visita sus talleres, el medio cultural y los artistas lo aprecian. Una ventaja de la pandemia es que aprendió a hablar español, porque no lo quería aprender. Como él es conocido internacionalmente consigue mucho patrocinio del exterior. Tiene ese tema del cuerpo porque él es PhD en performance, esa es su formación. Entonces trata de mezclar el performance con maestros nuestros, trabajos con la colección, artistas contemporáneos. En los cuatro años que lleva se ha exhibido de todo eso.

¿Cómo trabajan ustedes?

Tenemos una relación donde yo no me meto. Doy ciertos consejos conociendo el medio. Él me hace entender por qué sí o por qué no. Yo soy muy abierta a lo que él hace y creo que es una persona muy respetuosa.

Un reto debió ser ‘Viceversa’, la exposición que celebra los 60 años del Museo y que se exhibe ahora.

Me dijo que era la exposición más difícil que había tenido en su vida. Comenzó con obras contemporáneas que los artistas nos han donado en los últimos ocho años y tuvo que ponerlas en contexto con obras fundacionales. Es una selección muy complicada de 237 de 5.000 obras de la colección.

¿Qué viene para el Museo?

En este momento ya tenemos hecha la programación hasta el 2025. Educación va siempre de la mano de las exposiciones. Es algo que el Museo tiene ahora muy fuerte. La parte audiovisual se renovó. Volvimos a retomar la Escuela de Guías, que en su época creó Beatriz González.

¿Cuántas personas trabajan en el Museo?

Este momento somos alrededor de 45 personas.

¿En promedio, cuánta gente asiste a las exposiciones?

A cada exposición del Museo van entre mil y 1.400 personas a la inauguración. Del 2016 hasta ahora se han incrementado las visitas de una manera impresionante. Cada artista que expone hace un conversatorio y una visita guiada. Desde hace ya dos años el último domingo del mes es gratuito, y ese domingo, de 11 a 12 del día, conciertos de música contemporánea. Siempre hay 200 personas mínimo.

¿Qué otras iniciativas han realizado para esta celebración de los 60 años?

Hicimos un concurso de afiches, ‘MAMBO Extramuros’, que fue la exposición de Jim Amaral en el Edificio Atrio; se hicieron unas itinerancias y el 15 de noviembre lanzamos un libro que se llama El museo que vi crecer. Es la historia a través de los ojos de Jaime Pulido. Las entrevistas las hizo Eduardo Serrano y la editora es Adriana Castro. En vez de contar la historia formal del Museo, el libro recoge las anécdotas de Jaime Pulido dentro del Museo. Qué pasaba con las humedades dentro del Museo, qué pasaba con los artistas cuando no había plata, cuando había plata, sus relaciones con Gloria Zea, con Marta Traba…

¿Usted tiene alguna afición?

Mi arte es mi afición. Yo he tratado de ir todos los lunes a mi taller a sentarme medio día allá. Me da la energía para una semana en el Museo. Yo no descanso un minuto. Llevo ocho años dedicada al Museo. Cuando viajo estoy haciendo conexiones. Visito museos, galerías. Es mi vida, me encanta lo que hago.

¿Qué ha echado de menos en estos años?

La parte manual, el contacto con el material, sentarme a hacer cerámica, a bordar, a tejer, eso me hace falta, pero no puedo. Estoy escribiendo, pensando, enviando mensajes, que no se me olvide esto, lo otro...

¿Qué música le gusta?

Voy a decir algo que me van a matar, pero no soy muy rapera. El rock así eléctrico, tampoco. Me gusta la balada, la música clásica y la música contemporánea. No soy tan aficionada al teatro, pero espero sacarle el tiempo para hacerlo próximamente.

Usted pronto se retira del Museo. ¿A qué piensa dedicarse?

Mi hija se vino a manejar NC-Arte. El 18 de noviembre abrimos NC Diseño. Yo me voy a meter en el tema y vamos a traer gente especializada en diseño, a organizar conferencias. Un tema que siempre tuve muy latente es el diseño. A mí me encanta el diseño con función. Puede ser una mesa. Pero es una pieza escultórica. Todo lo voy a condensar en que voy a volver a la escultura.

Esta entrevista fue realizada por Eduardo Arias
Fotos de Juan Pablo Gutiérrez 
Edición #134 Diciembre 2023
Revista BOCAS

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